Entre las grandes sorpresas que impactan a los visitantes extranjeros que asisten a las funciones de ballet clásico en Cuba están la calidad de sus bailarines y bailarinas, las acabadas puestas en escena, la cultura danzaría del público nacional y el singular e intenso modo en que lo disfrutan.
Desde 1948 hasta nuestros días, una pregunta parece flotar en la atmósfera de los críticos de danza, las emblemáticas compañías europeas y norteamericanas de ballet, y el mundo elegante, meticuloso, estilizado de profesores y maîtres.
¿Cómo esta pequeña isla del Caribe, sin ninguna tradición de ballet clásico, con una población mestiza, mezcla de negros africanos y españoles, ha podido desarrollar ese arte milenario, de artistas níveos y etéreos, de técnicas sofisticadas y consolidadas en los primorosos teatros de las grandes capitales del mundo, sin un público especializado, adinerado y sofisticado?
¿Cómo Cuba ha logrado convertirse en uno de los países más importantes del ballet clásico del mundo contemporáneo?
Talento, perseverancia, cubanía, pasión.
Un nombre saltará el primero. Es más, puede que solo ese nombre y el conocimiento de la existencia de esa artista-mito sea una importante motivación para quienes quieren conocer, de primera mano, la leyenda, la maravilla: Alicia Alonso.
No hay cubano, en cualquier lugar del mundo donde se encuentre, que no la conozca, ¡ah! y que no la sienta como algo cercano, como si hubiera sido su amiga. Se le podrá llamar de muchas maneras: los más cultos e informados le dirán La Prima Ballerina Assoluta, los más formales la mencionarán como la Directora del Ballet Nacional de Cuba y hasta habrá algún despistado que dirá «la del Gran Teatro». Pero ella se ganó que su nombre sin apellidos, sirva para identificarla. Lo más común es que le llamemos simplemente Alicia.
La entrañable artista tuvo una larga vida y una exitosa carrera que comenzó en 1931 y finalizó con su fallecimiento a los 98 años de edad, el 17 de octubre de 2019.
Pero su obra extraordinaria la encontrará reflejada en la ejecución de cada bailarín cubano, en cada estudiante de las muchas escuelas de ballet que existen en el país, en la calidez e intensidad de los aplausos del público nacional que colma los teatros, y premia cada ejecución brillante, colorida, intensa, precisa.
José Martí, el héroe nacional cubano señaló con sabiduría que «honrar, honra», algo que los cubanos de estos tiempos tenemos muy presente. El nombre, la impronta, la grandeza de Alicia Alonso ha sido reconocida cuando, aún en vida, se le otorgó su nombre al Gran Teatro de la Habana, el más importante y majestuoso de Cuba, que blasona desde 1914, de una larga y fecunda tradición cultural.
Mucho antes, con sabiduría y visión de futuro, se creó el Museo de La Danza, donde se preserva hasta el más mínimo detalle de la vida y obra de esta increíble cubana. Allí, la relación es interactiva entre el visitante y la apreciación de videos, películas y vestuario conservado de los personajes que interpretó La Diva, como también se le conoce.
Sin embargo, no hay dudas de que el gran homenaje a su talento y vigencia se aprecia en que la mayor parte de las obras que Alicia interpretó y coreografió, se mantienen en el repertorio activo del Ballet Nacional de Cuba en las fabulosas temporadas que a lo largo de todo el año ofrece, precisamente, en el Gran Teatro de La Habana «Alicia Alonso».
El origen de todo
Desde finales de la década de los años 40 del pasado siglo, Alicia y su primer esposo, el bailarín, coreógrafo, profesor y gran maestro de la danza Fernando Alonso consolidaron un método pedagógico que era el resultado de su rica experiencia profesional en los Estados Unidos (American Ballet Theater).
En 1948, se produce el gran acto fundacional: la primera función del así llamado Ballet Alicia Alonso.
Dos años más tarde, se materializa la creación de la Academia de Ballet Alicia Alonso, espacio donde se forman los primeros bailarines profesionales cubanos con características técnicas y estéticas que comienzan a modelar primero, y a definir después, la tan conocida y apreciada Escuela Cubana de Ballet.
En esta academia se formaron las bailarinas que entre 1964 y 1966 asombraron al mundo con su participación en el Concurso Internacional de Ballet de Varna, Bulgaria, el más antiguo, prestigioso y exigente del mundo, al que muchos llaman la Olimpiada del Ballet Clásico. Su singular y particular estilo les valió el calificativo con el que las identificó el reconocido crítico inglés de ballet Arnold Haskel. Desde entonces y para siempre, ellas fueron internacionalmente Las Cuatro Joyas de Cuba (Loipa Araújo, Aurora Bosch, Josefina Méndez y Mirta Plá).
En sus continuados éxitos, se reconocieron la técnica y el estilo al bailar de nuestra escuela de ballet.
Rotunda, nueva, sensual, tropical y clásica
¿Por qué es tan «diferente»? Dicen los que saben mucho entre los profesionales del sector, que esta Escuela se distingue por un estilo muy peculiar en los movimientos de brazos, caderas, ejecución de los pasos, desarrollo de la pantomima y algo muy especial: la relación interesada, sensual y comprometida de los bailarines en su actuar escénico.
Los cubanos son muy competitivos y pueden enfrascarse rápidamente en fuertes discusiones defendiendo la carrera de una u otra de las estrellas del ballet. Sí, porque son muchos y muy buenos los bailarines, maestros y coreógrafos cubanos, pero si en algo todos coinciden, sin discusión alguna, es en la solidez y efectividad de la Escuela Cubana de Ballet, cuna de tan afamados artistas.
Las Cuatro Joyas no solo bailaron por el mundo, también retribuyeron a la academia con su labor docente como profesoras en aquellos años 60 en los que la Revolución Cubana apoyó las mejores ideas y proyectos de los Alonso: la reorganización del Ballet Nacional de Cuba y la creación de la Escuela Nacional de Arte, así como diversas escuelas ubicadas a lo largo de todo el país donde la enseñanza del ballet comenzó a ofrecerse de forma gratuita.
Resumir el desarrollo y los logros de la Escuela Cubana de Ballet, no es tarea fácil para realizarla en unas pocas palabras. Son muchos años en los que se ha trabajado de forma sistemática, ininterrumpida y meticulosa en la metodología de la enseñanza, los estilos técnicos interpretativos, la presencia escénica, el respeto a la individualidad de cada bailarín y la ética que han sido pilares fundamentales de la calidad artística, humana y social de las diferentes generaciones de bailarines cubanos.
Las grandes estrellas del ballet cubano, el largo camino hasta Carlos Acosta y Viengsay Valdés.
En el Ballet, entre una y otra generación de bailarines transcurren cinco años, algo muy diferente a los estudios generacionales que generalmente lo clasifican a partir de 10 años.
La primera graduación de la Escuela Nacional de Ballet de Cubanacán, en 1968 da inicio a una extensa y luminosa lista de figuras relevantes, no solo para la danza en Cuba, sino para el mundo. Hombres y mujeres que al igual que los fundadores, desde el escenario, o tras su retiro, continúan trabajando en la docencia con entrega total. Gracias a ellos hoy se puede hablar de una gran difusión de la metodología y principios técnicos de nuestra escuela en diferentes países del universo hispanoamericano y europeo.
La enseñanza del ballet y la intensidad de su difusión y disfrute en Cuba no se reducen a la técnica, el estilo, el repertorio. El verdadero secreto de la continuidad y la permanencia está en conspiración generacional, porque no hay nada como la enseñanza de ballet en esta isla repleta de calor, humedad y música popular bailable hasta en los cantos de cuna.
Por ello, cada septiembre todas las escuelas de ballet del país (y son muchas) reciben a pequeñines y pequeñinas de nueve años de edad, ellas con los lazos blancos que caracterizan al primer año de ballet. Niños y niñas que, como valiosas piezas de ébano, son esculpidos día a día, año tras año, por profesores increíbles que han logrado presentar a sus alumnos en los más exigentes concursos nacionales e internacionales del ballet. Todos sentimos el orgullo del regreso de esos niños que se han quitado el lazo rojo o verde o azul de quinto, sexto, octavo año para resultar vencedores, ya caracterizados en Coppelia, o La Fille mal gardee, entre otros clásicos.
No podría dejar de mencionar aquí la incansable labor de la profesora Ramona de Saa, un icono del magisterio en el ballet. Merecedora del Premio Nacional de Danza y el Premio Nacional de Enseñanza Artística, la profe Chery, como cariñosamente le llaman sus alumnos y compañeros, simboliza los más altos valores del profesor de ballet en Cuba.
Ella, junto a un grupo de incansables profesores cubanos han sido artífices de la celebración del exitoso Encuentro Internacional de Academias para la Enseñanza del Ballet y el Concurso Infantil.
Cada mes de abril, la Habana recibe a estudiantes y bailarines de todos los continentes interesados en conocer y compartir la labor formativa técnica y conceptual del ballet en Cuba. Todos quieren apropiarse, a través de clases magistrales teóricas y prácticas, de la añorada metodología de la enseñanza del ballet cubano, con su técnica impecable y el valioso repertorio de la escuela.
La Escuela Nacional de Ballet forjó estrellas como José Manuel Carreño (Diploma de Honor en el Concurso Internacional de Varna, Bulgaria 1986) y Carlos Acosta, (Medalla de Oro del Grand Prix de Lausanne, Suiza). Éste último ha sido, por mucho, el bailarín más popular de Cuba a nivel internacional en los últimos 10 años.
Fue primera figura de English National Ballet, del Royal Ballet de Londres y, desde 2019, es director del Royal Ballet of Birmingham. Esta responsabilidad la asume simultáneamente con la de director de su propia compañía Acosta Danza, radicada en Cuba.
A propósito, la historia de vida de Carlos Acosta, muy bien contada por él en su novela biográfica Sin mirar atrás, sirvió a la realizadora Icíar Bollaín de base para su filme Yuli, que ha obtenido reconocimientos como el Premio Platino y una nominación a los Premios Goya.
No queda duda de que la escuela, que tiene su mayor exponente en Alicia Alonso, es la responsable de la existencia de hermosas y talentosas bailarinas que críticos y amantes del ballet han llamado de diferentes formas como los casos de Rosario Suárez, Amparo Brito y Ofelia González, conocidas como Las tres gracias o de la presencia, fuerza y virilidad de muchos bailarines cubanos como Jorge Esquivel, Andrés Williams, Orlando Salgado, Lázaro Carreño y el propio Carlos Acosta, entre otros.
En las últimas décadas del siglo XXI la explosión de bailarines cubanos brillantes se aprecia en varias compañías del mundo y en especial en el Ballet Nacional de Cuba, Patrimonio Cultural de la Nación.
Mención especial merece Viengsay Valdés, graduada en 1994 en la Escuela Nacional de Ballet, con una envidiable carrera que, a sus 43 años, la mantiene en lugares cimeros del mundo. Ella ha aceptado el mayor de los retos que una figura del ballet podría asumir en Cuba: ocupar el lugar de Alicia Alonso en la Dirección del Ballet Nacional de Cuba.
El ballet nacional de Cuba
La vida de este colectivo artístico excepcional, es extremadamente activa durante todo el año, con montajes de nuevas obras, ensayos interminables de los grandes clásicos, presencia de coreógrafos de diferentes latitudes, giras internacionales, preparación y ejecución del Festival Internacional de Ballet de La Habana y las temporadas en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso.
Todo lo que realiza la compañía es importante, pero me atrevo a asegurar que, para un bailarín cubano, la verdadera prueba de fuego de su carrera, donde único asegura su éxito profesional, es bailando para el Público (con mayúscula) y la crítica especializada de Cuba. Así lo corroboran las actuales primeras figuras de la compañía Sadaise Arencibia, Annette Delgado, Dani Hernández, Gretel Morejón y Rafael Quenedit.
Y es que el público cubano (sí, aquel del mambo, el chachachá y la rueda de casino, el de las sabrosas comparsas del carnaval) sabe de ballet clásico, llena los teatros, y reconoce con prolongados aplausos una variación, o un pas de deux o simplemente una secuencia de piruettes o la elegancia de un balance en arabesque.
Una de las grandes sorpresas de quienes nos visitan por primera vez es encontrar en los teatros a personas humildes, sencillas, con un conocimiento y entusiasmo que marca distancia con un público menos sanguíneo y más sofisticado que suela encontrarse en otras latitudes.
El festival internacional de ballet de La Habana
Y regresamos nuevamente a Alicia Alonso porque fue ella, quien desde 1960, comenzó a ofrecer funciones y charlas en fábricas, cooperativas campesinas, unidades militares, escuelas. Esta educación guiada, más el apoyo que el gobierno cubano otorga al desarrollo del ballet en el país (entre lo que se destaca el bajo precio de las entradas a los teatros) hicieron posible que un público numeroso, sin distinción de clases sociales, se disputaran las entradas a las funciones de ballet.
El cálido y entusiasta aplauso que dispensa el público cubano es uno de los incentivos que convoca a muchas e importantes figuras internacionales, que pagan inclusive sus gastos, a participar en el Festival de Ballet de la Habana. Es así desde bien temprano en el año 1960, en que comenzaron a producirse.
Con el Festival Internacional de La Habana, podemos cerrar el ciclo casi perfecto del entramado que explica por qué la pequeña isla de Cuba se ha convertido en una tierra de grandes bailarines de ballet clásico. La magnitud del Festival Internacional de La Habana es insospechada. Se realiza cada dos años con la participación de primeras figuras de todo el mundo así como de prestigiosas compañías foráneas y un despliegue de diversos trabajos del Ballet Nacional de Cuba.
Así coexisten desde montajes de nuevas obras con coreógrafos nacionales y extranjeros, hasta montajes de obras conjuntas con estrellas mundiales, exposiciones, clases magistrales y un sin número de actividades colaterales que se extienden a más de una veintena de teatros, en ocasiones a lo largo y ancho de la isla.
El milagro consumado
La fiesta del ballet clásico en Cuba es interminable, crece cada día y se disfruta como el béisbol, el guaguancó, la música popular bailable y, como casi todo lo bueno de Cuba, es contagioso, suma amigos, especialistas, fanáticos, simples mortales que amamos una de las más antiguas tradiciones artísticas del arte universal: el ballet clásico, otro milagro de esta isla de la Rumba.