El nombre
Cualquiera que haya estado en estos trajines sabe que, si hay algo difícil de encontrar es un nombre apropiado, ecuménico, representativo, comercial… y todas esas características que uno, en ese momento, supone debe tener el nombre de una agrupación que aspira al éxito. Fueron lanzadas al aire diez o doce posibles combinaciones sugerentes, incluida la propuesta de Jon Intxaustegi: «Los amigos de Machín», nada mal, pero que no convencía a los «viejos». Definitivamente triunfó la propuesta que habían hecho Manuel, desde Madrid, y el muy famoso periodista y diseñador cubano Tony Évora. Fue una idea simple y directa: «Vieja Trova Santiaguera».
Comentaban todos que ese nombre «tenía música en sí mismo», «sonaba armónico», y era definitivamente «más comercial». Leí, después, que era también el nombre de un movimiento estético musical que representaba a los grandes trovadores de Santiago, y, por extensión, abarcaba a todas las regiones.
Ya convertidos en Vieja Trova Santiaguera, en septiembre, con la llegada de Manuel a La Habana, comenzó la grabación del disco definitivo. Una odisea en el más literal de los sentidos, que nos obligó a descubrirnos un tesón y una tenacidad, que ni nosotros hubiéramos imaginado.
Hubo momentos en que parecía suficiente para «tirar la toalla». Lo peor es que no era sólo falta de recursos (lo que ya era bastante visible) sino también, lamentablemente, el poco interés de algunos funcionarios en apoyar realmente ese patrimonio, para muchos venido a menos, y carente de espacio en los mercados de la industria musical. Todavía me pregunto qué les pasó por la cabeza cuando los ingresos comenzaron a ser de cinco dígitos en los llamados «dólares americanos».
El lanzamiento internacional
En el transcurso de las grabaciones, Manuel me comenta entusiasmado que esta coproducción de su sello Nubenegra y el ICRT tenía toda la pinta de poder venderse bien. Tenía una clara intuición de por dónde deberían andar los caminos.
Me sugiere ponerme en contacto con Nox Producciones, una agencia madrileña de representación de artistas. Su directora, Gloria Parra, ya estaba impuesta de casi todos los pormenores de esta aventura, y estaba en total disposición de producir una gira donde se presentaría el disco. Así, en unos pocos días más, ya andábamos con una propuesta para realizar, en aquel verano de 1994, una pequeña gira de conciertos por algunas ciudades de España. Era, para nosotros, un lanzamiento «a la grande». Nubenegra había decidido reforzar la idea cultural, que coincidía con el «gancho» publicitario titulando el disco solamente Vieja Trova Santiaguera.
Ya teníamos nombre, disco y gira. ¿Hacía falta más? Fue extraordinaria la sensación de saber que existíamos, que comenzábamos a ser un ente con vida propia.
Polémico y polifacético, pero siempre respetado y profesional, Mauricio Vicent, corresponsal del periódico El País en La Habana en esos momentos también tuvo la intuición de que algo grande estaba por suceder. Visitó a los viejitos en la casa, y les hizo la primera entrevista de esas que luego se contarían por cientos. En un artículo que publicara El País el jueves 23 de junio de 1994, justo cuando se presentaban por primera vez en Madrid, hizo la más bella y la más justa valoración de aquella locura.
Cada arruga es una pasión sin freno, y en cada lunar se puede descubrir una traición o un despecho, y también una lágrima negra, como la de los boleros de su disco de sones y boleros de Santiago, que acaban de grabar hace un mes en La Habana. Son un compendio de canas, historia y música…
Un compendio de canas, historia y música
Efectivamente, aquellos hombres que deslumbrarían los escenarios de Europa podían haber escrito la historia de la pobreza, la desesperanza, parte del hambre colectiva y la infamante discriminación racial (supieron incluso de aquellos momentos en que los hombres de raza negra no podían circular por la misma acera y los mismos parques donde lo hacían los blancos).
Sus aptitudes y sus múltiples talentos no fueron moldeados en ningún conservatorio, en ninguna escuela de arte.
El albañil de media cuchara, el panadero (que podía ser dulcero y repostero o repartidor de pan), el fino ebanista que era buen carpintero remendón de mesas y sillas venidas a menos, el pintor de brocha gorda, el conductor de ferrocarril y hasta el que fue criado (empleado doméstico) se encontraban antes, entre guitarras y maracas, en cualquier bar o en cualquier lugar donde la gente quería oír trovadas de las buenas. Aprendieron solos, unos con otros, y juntos dejaron nombres que todavía hoy, en pleno 2021, no han sido colocados en el lugar cimero que merecen: Cuarteto Patria, Estudiantina Invasora, Conjunto de Chepín, Los Compadres, Conjunto Caney…
La primera gira y la expectación mediática
Así, el 19 de junio de 1994, la Vieja Trova Santiaguera sale rumbo a Madrid a conquistar un mundo desconocido. Parto de mi propia experiencia. Las cosas se nos habían dado muy rápidamente, pero paso a paso, coherentemente, como en una película donde cada escena prepara la otra, de modo que no hay mucha sorpresa. Todo fluía a nuestro alrededor, pero la dimensión verdadera de aquella aventura no estaba en nuestras más enfebrecidas especulaciones.
De manera que, cuando llegamos a la Casa de América de Madrid, para asistir a la conferencia de prensa que habían organizado la agencia de representación y el sello discográfico, y nos encontramos decenas de periodistas, grabadoras, flashes, micrófonos con letras de identificación, cámaras de televisión, estábamos francamente confundidos. Juro que yo sólo había visto tal cosa en los encuentros de la prensa con los más famosos artistas internacionales. ¿Qué pasaba allí? ¿Esperaban a Michael Jackson… a Madonna?
No, sólo esperaban a cinco ancianitos que nunca habían actuado juntos como no fuera en aquel programa de televisión. Para ellos era difícil hablar de ese «proyecto artístico», porque para ellos, aquello era cantar lo de siempre, como siempre, sin discos ni televisión, ni conferencias de prensa. Aún peor, de los cinco, sólo llegaron tres porque un overbooking impredecible dejó en tierra en La Habana a Aristóteles, y nada menos que a Reinaldo Hierrezuelo, quien, por todo lo dicho arriba, era la persona indicada para actuar como portavoz del grupo. Así fue que Pancho, Creagh, Machado y yo salimos al ruedo, sorprendidos y nerviosos, pero con la clara idea de que no teníamos nada que perder (nunca lo habíamos tenido), y los vientos soplaban a nuestro favor.
En fin, allí estaba toda la prensa especializada de Madrid y algunos medios internacionales tratando de obtener algo sorprendente, novedoso en aquellos trovadores llenos de lunares y vivencias. Cubanos «de Fidel Castro», por demás. Las preguntas fueron de todo tipo y con muy diversas intenciones. Ellos respondían con frases cortas, pero exactas, contundentes como el orgullo de venir de donde venían, cada cosa en su lugar, como si se hubiera previsto todo.
Debe haber sido la magia del momento, pero el primer objetivo estaba cumplido. A partir de ese día, esos señores dejaron de ser lo que eran para convertirse en un fenómeno artístico sin precedentes. ¡Sin perder un ápice de humildad!
Como es de suponer, algún que otro periodista me tildó de agente de la seguridad del estado cubano al cuidado de sus intereses. Espero que sus dudas hayan sido despejadas, porque desde 1998 resido en España, la Vieja Trova se retiró en 2002, y yo estuve con ellos hasta el final.
El éxito
Después de aquella rueda de prensa, cada día fue un nuevo descubrimiento. Para todos. Yo suponía estar preparado. Al menos, conocía nombres y regiones, géneros musicales de aquella vieja cultura madre, monumentos importantes. Pero una cosa es saber algo, y otra encontrarlo en cada esquina como si fuera la esquina de tu casa. Más si, súbitamente, yo no era un cubano que andaba buscando dónde estaba El Corte Inglés o la Puerta de Alcalá, como tantos, sino el tipo al mando de un hecho que generaba toda la curiosidad y el respeto de la gente.
Para mis nuevos amigos, nuestros venerables protagonistas, era un descubrimiento total.
Llegamos pensando que estaríamos un par de semanas para promover el disco, pero una tras otras fueron sumándose ciudades a aquella gira que duró mucho más de un mes. Me asaltaba siempre la misma preocupación: ellos, su salud, su resistencia. Y ahí estaba el público aplaudiendo de pie, las pepillas pidiendo autógrafos, los discos de mano en mano, los brindis un poco pasada la medianoche, con algo de picar. El brandy no se parece tanto al ron, pero funciona más o menos igual. Todos, el tempranillo, el Rioja, el Ribera del Duero, son el vino tinto de aquí y seguramente más refinados que aquél que llegó con su nombre de Bulgaria, pero en Cuba se llamó Pancho el Bravo. Cualquier ciudad era Santiago de Cuba. Cualquier lugar donde alguien escuchara, era la Casa de la Trova. Y yo torturándome con aquella obsesiva preocupación, hasta que descubrí que habían comenzado a ponerse más joviales y enérgicos, como si la vida hubiera retardado la velocidad de sus relojes.
Estas experiencias fueron repetidas cada año, corregidas y aumentadas, como se diría en la nueva edición de un libro. La primera vez, fue difícil encontrar sponsors. A partir de entonces, los sponsors venían a nosotros. Marcas de importancia ponían sus nombres, firmas y logotipos en la publicidad de nuestros conciertos, en los anuncios de los diarios, y en los numerosos programas de radio y televisión al que llegaba la tropa.
Los discos siguientes
Gusto y Sabor fue el segundo álbum. Salió al mercado en 1995.
Ya en 1996, se publica el tercero, al que llamaron Hotel Asturias, un homenaje sentido al modesto hotel situado en la Calle Sevilla Nº 2, en pleno centro de Madrid, a cien metros de la Puerta del Sol, que fue la casa madrileña de «los viejitos» durante años. Allí fueron tan queridos y mimados que siempre rehusaron cualquier hotel cinco estrellas. Allí, en el Asturias, los esperaba su maitre de siempre, el maestro de sala Constantino, quien les sugería platos de alguna galaxia cercana, la gobernanta y el propio director del hotel, lleno de orgullo con su disco en la mano.
La salud de Amado Machado no quería acompañarlo en tanto movimiento. La cabeza se le iba por momentos, y entonces no comprendía lo que sucedía, dónde estaba e incluso por qué le aplaudían. Un día en Dortmund, Alemania, estábamos en un hotel esperando la hora de la prueba de sonido, y me dice: «Jorge, compay, hoy no tengo ganas de pinchar (en Cuba quiere decir trabajar)». Yo me quedé como de hielo, porque si insistía en lo mismo dos horas más tarde, aquello sería un problema. Buscando tocarle una tecla que le gustaba, le dije que se duchara y vistiera que teníamos que bajar a probar un ron Havana Club, que era nuevo en ese país. No tuve que decirle nada más. No me respondió con palabras. Me dejó ver una media sonrisa que mostraba su diente de oro… y en media hora estábamos copa en mano, esperando eufóricos la «pincha» de esa noche.
Pero la salud se negaba a acompañarlo, y para la grabación de este disco fue sustituido por el cantante Ricardo Ortiz Verdecia, que había sido líder de la orquesta Los Tainos de Mayarí. Era un verdadero «jovenzuelo», que gustaba de aclarar: «Yo tengo 62 años, ellos son más viejos, ¡pero yo también soy viejo!» Tenía un timbre muy parecido al de Amado y un notable desenvolvimiento escénico. Se retiró junto a los demás.
El documental
Todavía en 1996, recibo la llamada de unos productores holandeses de cine que estaban de visita en La Habana. Tenían la intención de filmar un documental sobre «los viejitos» y sus vivencias actuales. Nos encontramos. Tomamos algunos acuerdos. El rodaje sería en Inglaterra, Holanda, España y, por supuesto, Cuba. Se supone que ya, a esas alturas, nada me sorprendería. Pero no soy de esa madera. Debí contenerme para no mostrar mi júbilo extraordinario, lo que no es bueno en ciertas negociaciones. No puedo saber qué había detrás de aquellas expresiones de incredulidad con que nuestros muchachos recibieron la noticia. Era un nuevo y gran regalo.
En 1997, se estrenaba Lágrimas Negras, la película de la Vieja Trova Santiaguera de la directora Sonia Herman Dolz, que, sólo entre 1998 y 1999 obtuvo varios premios:
- Premio de la Academia Holandesa, 1999.
- Premio del Público, Festival de Cine Latino, Chicago, 1999.
- Premio de Cine de Holanda, 1999.
- Premio del Público y Aguja de Plata, Festival Internacional de San Francisco, 1998.
- Placa de Oro, Festival Internacional de Cine de San Francisco, Arte, 1998.
- Premio especial del jurado, Premio Cine Holandés, Utrech, 1998.
Se estrenó en España en el cine Palafox de Madrid. Por esas veleidades mundanales, ese mismo año se acababa de estrenar una película de ficción titulada también Lágrimas Negras. Fue un verdadero problema. Aunque fueran productos tan disímiles, a los efectos de la promoción en España fue más bien perjudicial. De hecho, nuestro film no se exhibió más en España. En Holanda, Alemania, Suiza y Austria, por el contrario, logró un éxito más que aceptable.
El destino lamentable de este documental quedó sellado cuando en 1999 se lanza a bombo y platillo el film Buena Vista Social Club, con la dirección de Wim Wender sobre el proyecto de Ry Cooder. Toda la promoción alrededor de ese film, incluido su nominación a Premio Oscar, dejó sepultado un bello e importante documento que habrían debido conocer los viejos y nuevos fans de la música cubana de siempre.
El nuevo contrato discográfico
Las giras habían continuado durante todo 1997, y comenzaban a cosecharse los frutos del éxito de la película en toda Europa. El quinteto había adquirido una categoría tal en la visión de todos en la industria de la música y los espectáculos que empezaba a desbordarse de los límites estrechos que los compromisos adquiridos hasta entonces nos imponían. Con toda lógica, se precisaba un cambio en la visibilidad del grupo, y obviamente habría que renegociar condiciones, renovar algunos criterios y ampliar horizontes.
Felizmente no tuve que salir en busca de esas nuevas condiciones. En un encuentro cultural-comercial en la casa de protocolo del ICRT, se me acercaron dos productores discográficos de la compañía Caliente de New York. La oferta que me hicieron parecía seguir el diseño del cambio que necesitábamos. Se grabarían tres discos, con royalties decorosos y mayores perspectivas de promoción y publicidad, que, por demás, estarían dirigidas en lo fundamental a los Estados Unidos (sin dudas el gran mercado natural de la música cubana). El gran hándicap era que habría que grabar en Estados Unidos, y desde allí se produciría toda la operación.
Más allá de compromisos contractuales, la fidelidad y otras consideraciones de tipo ético, nos obligaban a hablar con Manuel Domínguez, de Nubenegra. Sin depender de cuál podría ser su reacción, tendríamos que tener en cuenta, además, las tensas relaciones que, en todos los órdenes, existían entre Cuba y los Estados Unidos. Esto dificultaría necesariamente todos los controles en temas tan importantes como los royalties, los cobros, etc.
La conversación con Manuel transcurrió en los límites de un gran respeto mutuo. Él no podía ofrecer nada que nos abriera los horizontes que la nueva propuesta nos prometía. Con un gesto de caballero, nos liberó de todo compromiso futuro con él y su empresa.
Liberados en el campo discográfico, conversé con Rubén Caravaca, de la Agencia Nox, y le comenté sobre la ruptura con Nubenegra, y también sobre la propuesta norteamericana.
Como suele decirse, las casualidades no están escritas, y su respuesta fue que no cerrara ningún acuerdo con Caliente, y tomara el primer avión que me llevara a Madrid. Él acababa de recibir una propuesta muy sólida de la multinacional Virgin Records. No me hice esperar.
Era diciembre de 1997, y estaba allí en Madrid negociando con una multinacional que me planteaba condiciones obviamente superiores a la realizada por la gente de New York. La oferta económica era similar, pero, en este caso, a los tres discos del grupo, se sumarían otros dos para los cantantes en solitario. La decisión no era difícil. Las operaciones se dirigirían desde Madrid. Paradójicamente, España para nosotros estaba muy cerca, y Estados Unidos muy lejos.
El primer disco con Virgin salió en el 98 bajo el título de La Manigua. Luego vendrían Dominó en el 2000 y El Balcon del Adiós en el 2002.
Cualesquiera que hubieran podido ser algunos errores y desencuentros, Virgin catapultó a la Vieja Trova Santiaguera, llevándolos al lugar que ya merecían. Se multiplicaron los éxitos, las giras, las emociones. El sueño llegaba a puntos que siempre nos habían parecido inalcanzables.
Futuro previsible
Como un futuro previsible que uno nunca quisiera enfrentar, comenzó a suceder lo inevitable. La edad y los consecuentes «achaques» nos fueron obligando a sustituir a los integrantes del quinteto.
Por sólo poner un ejemplo, en muy poco tiempo, a Pancho Cobas, lo sustituyó el guitarrista Manuel Galbán. Muy conocido por su paso por el grupo vocal Los Zafiros en su momento de gloria en los años sesenta, quien, después de su paso por la Vieja Trova, grabara con el mismísimo Ry Cooder un album a dos guitarras eléctricas ganando un Grammy en 2003. A Galbán lo sustituyó Rubén Betancourt. Y a éste, José Artemio Castañeda, conocido como Maracaibo, gracias a la afamada canción Maracaibo Oriental, una composición suya que Benny Moré tuvo como una de las joyas de su repertorio.
Con el mismo desenfado y la misma rapidez con que se habían entregado en cuerpo y alma a aquel quinteto, y con la misma decisión de las personas maduras que terminan siendo sabias, decidieron retirarse en septiembre de 2002.
Yo
Todavía me reprocho no haber podido entrar en el mercado norteamericano. Quizás si me hubiera decidido por la discográfica de New York… ¡Quién sabe!
Pero cada día, y siempre con mayor intensidad, siento que la vida me premió dejándome conocer de cerca, en primera persona, a esos inolvidables artistas, aprender lecciones inolvidables de humanidad, humildad y honradez. Fue un honor. Fue un placer. Gracias…
Leer la 1ª parte Vieja Trova Santiaguera. La boy-band más vieja del mundo.