Un parque con nombre de rock
La Habana no es una ciudad de muchos parques. Otras capitales latinoamericanas la superan con mucho. Incluso algunas ciudades del interior del país, como Holguín o Sancti Spiritus. Pero tiene a su favor que una buena parte de sus parques tienen interesantes historias para contar, tienen el mismo diseño con que se concibieron en otras épocas y el aire romántico de esa tradición española. En más de un caso son orgullo del barrio. Por todo eso, es fácil reconocerlos por sus nombres.
Uno de ellos tomó su nombre actual por una historia más bien reciente. Un nombre que le puso la gente, los paseantes, los que siguieron una vieja tradición de trova y cantos que refrescan las noches calurosas de cualquier ciudad cubana. Nos referimos al Parque Lennon, ubicado en el municipio capitalino de Plaza de la Revolución. Ahora es todavía más conocido desde que, hace 20 años, el escultor José Villa Soberón le obsequiara al pueblo cubano una estatua del afamado autor de Imagine. Allí lo sentó para siempre, en calle 17 entre 6 y 8, en el Vedado.
No hay turista que arribe a nuestra ciudad, que no conserve entre sus inolvidables recuerdos del viaje, haber podido sentarse al lado de Lennon, tal vez contarle alguna bobería y tirarse, por supuesto, unas cuantas fotos, selfies, vídeos, que después son «subidos» a la maraña de redes que van rodeando al mundo.
La historia que justifica las razones para tener este monumento escultórico del ex-Beatle en una populosa ciudad caribeña, se remonta a mediados de los años sesenta del pasado siglo.
Cuba, los Beatles, aquel momento
Como en muchos ambientes culturales, el rock no fue siempre bien visto en los amaneceres de la cultura revolucionaria cubana, allá por los años sesenta.Obviamente, sus íconos no escaparon a esa visión prejuiciada, más bien fueron el centro de muchos de esos prejuicios, posiblemente más ingenuos que comprometidos. Los Beatles serían entonces el mayor símbolo de ese desencuentro con una parte de las nuevas generaciones.
Mientras que el aclamado cuarteto británico conquistaba al mundo por medio de renovadoras percepciones de la música rock, los cubanos de entonces vivíamos en medio de uno de los momentos más tensos del diferendo entre los gobiernos de Estados Unidos y de Cuba. Eran historia muy reciente sucesos como la frustrada invasión de Bahía de Cochinos en 1961 y posteriormente la conocida Crisis de los Misiles en octubre de 1962, evento que pone al mundo al borde del holocausto nuclear. Y había comenzado el «embargo», que en Cuba siempre se llamó «bloqueo».
Todo lo que podría sonar «americano», como la Coca Cola, los chiclets o los jeans, como el rock que cantaban los Beatles, generaba una actitud de repulsa que, para ser justos, no era sólo por parte de dirigentes y funcionarios, sino de gente común, educadores, trabajadores y campesinos con hermosos principios morales, que entendían, con todo derecho, que el nacionalismo era la palabra de orden. En muchos casos, era también sinónimo de patriotismo. Por lo que «todo eso otro» eran simples reductos de la cultura del enemigo.
¿Qué tendría que ver la necesidad de una clara reciedumbre en la formación de las nuevas generaciones de cubanos con la imagen de esos cuatro jóvenes extravagantes, peludos y con pantalones muy ajustados al cuerpo, que, además, cantaban en el idioma del «enemigo»?
Cuba, los Beatles, aquella música
Aunque no hubiera habido esa actitud hacia el cuarteto británico, los discos de los Beatles, como muchas otras cosas, no podían venderse en nuestro país por problemas estrictamente comerciales. Y nunca se vendieron. Por supuesto, tampoco fueron transmitidos por la radio ni (mucho menos) por la televisión cubana.
Pero dicho sea sin mucho chovinismo, para un cubano medio lo difícil no es imposible y nada hay más cierto que una frase de por aquella época que señalaba: «uno tiene que inventar su maquinaria». Así, los discos de los Beatles vinieron con todos los viajeros que llegaban al país, y, sobre todo, con todos los cubanos que viajaban lo mismo a la URSS que a Bulgaria o a Tanzania en un contingente de colaboradores. Se incluye algunos funcionarios recalcitrantes que se sentían amorosamente comprometidos con sus hijos adolescentes.
Entonces los discos pasaban de mano en mano, de fiesta en fiesta. Se «inventaron» las «placas» de acetato con aquellas impresiones fantasma. Tener una placa era la mejor manera de saberse invitado a todas las fiestas de quince, y a cualquier reunión de jóvenes intelectuales de esas en que uno se sabe transformador del mundo, aunque después todo quede en el intento. Así se hacían escuchar entre los jóvenes de entonces.
Más allá de cualquier anécdota particular, en medio de aquel entorno contradictorio, se produjo, sobre todo, una intensa discusión generacional, que permitió que muchos comprendieran que la música y sus contenidos no son productos desechables, y que, por el contrario, pueden desencadenar tormentas, como pueden unir ánimos y voluntades (1).
Nota (1): hubo una clara censura a su música en la radio y la televisión, y seguramente algunos excesos en la valoración de sus influencias por parte de algunos funcionarios, pero resulta desproporcionada la comparación que algunos han hecho con la violenta censura que se ejercía durante el gobierno de Pinochet, cuando detenían a un joven chileno con discos de los músicos cubanos Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Tal nivel de incomprensión se fue relajando poco a poco, en la medida que tanto a la radio como a la televisión cubana fueron llegando como realizadores, funcionarios e incluso dirigentes, algunos jóvenes que venían de ser participantes activos de esa confrontación generacional, desde una posición más actualizada y abierta.
Muchos de ellos eran graduados universitarios que provenían de verdaderos talleres de formación cultural como fueron la Televisión Universitaria (2) y El Caimán Barbudo (3).
Nota (2): la Televisión Universitaria era, por aquellos años, un nuevo e importante instrumento de la Dirección de Extensión Universitaria, en su empeño por hacer llegar los hechos e ideas culturales más avanzadas a toda la población universitaria y, aún más allá, a todo el pueblo. Su acceso al canal 4 de la Televisión Cubana para transmitir media hora diaria a todo el país (en una programación cuya responsabilidad total recaía en la Universidad de La Habana) fue una muestra de confianza y apertura, a la cual casi nunca se hace referencia.
Nota (3): El Caimán Barbudo comenzó siendo el suplemento cultural del periódico Juventud Rebelde. Después de numerosas polémicas abiertas, más o menos respetuosas o francamente tensas, tuvo identidad propia, convertido en el gran magazine cultural de esa generación que encontraba en la nueva trova, como en la poesía de Wichy Nogueras o Víctor Casaus, la narrativa de Jesús Díaz o Eduardo Heras, la programación de la Cinemateca de Cuba y los apreciados afiches del ICAIC o las noches de Teatro Estudio (por sólo mencionar algunos nombres importantes) los paradigmas de los nuevos tiempos.
La aceptación de lo diverso había comenzado a tomar cuerpo junto a la consolidación del proyecto social revolucionario. Y esto no sólo era un hecho estructural y político, sino también un generador de nuevas y poderosas tendencias en el sector de la creación artística en general y de la música en particular.
Posiblemente, nada ejemplifica mejor este tránsito que la irrupción indetenible de la nueva trova en el panorama musical de esos mismos años. El paralelismo era evidente. De hecho, uno de los íconos de esa generación de trovadores, Silvio Rodríguez, en una de sus primeras entrevistas televisadas, declara que sus influencias fundamentales estaban en la vieja trova cubana y los Beatles. Esta declaración fue muy llevada y traída.
Desde publicaciones periódicas, como El Caimán Barbudo y su sección Entre cuerdas, al igual que en programas de radio y televisión, como Encuentro con la música, de Radio Progreso y Perspectiva, del canal 6, se comentaban las características de esta música con relevantes intérpretes del género.
Importantes personalidades de la música cubana contemporánea, como José María Vitier incorporan en sus obras aquellos acentos tímbricos tomados del rock. Una cubanísima orquesta como Los Van Van de Juan Formell, estuvo decididamente marcada desde sus inicios por la impronta de los Beatles.
Mención aparte merece un guitarrista clásico de la estatura universal de Leo Brouwer, que les dedica todo un concierto bajo el nombre «De Bach a Los Beatles» en 1978. Este concierto, grabado en vivo, sigue siendo un clásico de la discografía cubana, y ha sido reeditado en varias oportunidades.
Por otra parte, grupos como Síntesis fusionan el folclore afrocubano con el inconfundible lenguaje sonoro del rock.
Lennon descubre el parque
Para diciembre de 1990, un grupo de músicos y críticos aúnan esfuerzos para recordar a John Lennon en el décimo aniversario de su muerte por medio de un concierto que se celebraría en aquel parque del que hablábamos arriba.
Debido a la favorable acogida por parte de los asistentes a dicho concierto, eventos similares tuvieron lugar en ese espacio público durante toda la década, hasta que en el 2000 se aprueba por el estado cubano, colocar una Estatua de Lennon en el mismo parque que ya el pueblo había bautizado con su nombre.
La obra escultórica estuvo a cargo de uno de los promotores de la idea, el entonces joven escultor José Villa Soberón.
La inauguración del espacio trajo en sí misma un significado mayor, al ser develada junto al trovador Silvio Rodríguez por el Comandante Fidel Castro el 8 de diciembre del mencionado año.
Interrogado por la prensa allí reunida, Fidel se lamenta de no haber podido prestarle la atención debida a la música de los Beatles en su tiempo, y afirma que le hubiera gustado conocer personalmente a alguien con el calibre de las ideas progresistas que tenía John Lennon.
Aunque es estos momentos y por sí misma, constituye sin lugar a dudas, una de las estatuas más visitadas en la capital cubana, la presencia en el 2002 de Sir George Martin –el legendario productor de los Beatles– otorga a la misma un detalle histórico de gran emotividad: el impactante intercambio de miradas que Martin sostuvo con el músico de bronce, que a fin de cuentas siempre será su hermano. Tuve la suerte de ser testigo de este encuentro. Definitivamente, el parque continúa siendo la sede obligada de memorables conciertos alegóricos al legado de los Beatles.
El Submarino Amarillo
Una cosa lleva a otra y en el 2011, la propia existencia del parque con su estatua de Lennon, determinan un suceso de particular importancia para los amantes del rock en nuestro país: se inaugura el centro cultural Submarino Amarillo.
Situado a menos de cincuenta metros de la estatua de Lennon, este popular centro nocturno –similar a un Hard-Rock Café– se ha convertido en el hogar de más de quince agrupaciones cubanas de rock, que cada noche tocan covers de clásicos del género, por lo que no es de extrañar que muchas noches, el Submarino Amarillo se vea obligado a cerrar por capacidad ante la presencia de tanto público.
No obstante, la clave del éxito de este gustado centro cultural es que sus propios clientes habituales han manifestado que lo sienten como una inigualable plaza para evocar la nostalgia por el buen rock clásico. Todo en su interior contribuye con un singular estado de bienestar colectivo. Ya sea por el particular servicio gastronómico, por la enorme diversidad de vídeos de época que allí se exhiben, por la calidad de los músicos invitados en cada noche o por la animada decoración de sus paredes con los personajes del filme Yellow Submarine.
En este lugar se respira una atmósfera que hechiza a todo aquel que lo visita por primera vez como para querer regresar de nuevo. No está lejos la aspiración de muchos de que este visitado lugar llegue a convertirse en una especie de Ronnie Scott habanero.Por el Submarino han pasado y seguirán pasando personalidades de gran renombre. Los del Submarino recuerdan particularmente la visita al local del cantante de Black Sabbath, Ozzy Osbourne, en enero de 2016 o la actuación del pianista concertista Frank Fernández compartiendo la escena de tú a tú con el entonces novísimo grupo Sweet Lizzy Project.
Es verdad, los Beatles nunca estuvieron en Cuba, ni tampoco pudimos comprar sus discos como sucedió en cualquier otra parte del mundo. Pero lo que nadie puede poner en duda, es la profunda huella que este grupo británico ha dejado entre los cubanos. Es perceptible tanto en quienes los disfrutamos en los años sesenta como en los más jóvenes entre los jóvenes. Por eso los sentimos como algo muy familiar, estrechamente vinculados a nuestras raíces patrimoniales, en particular John Lennon.
Al fin y al cabo, se afirma que Lennon ha recibido una visa de residencia permanente en este país, donde todos queremos alcanzar para el mundo la paz y justicia con que él soñara.
Tenemos la certeza de que él se siente muy bien sentado en este parque de La Habana. No solo porque siempre tiene la compañía de alguien que lo visita, sino porque se sabe en el corazón de los cubanos, porque lo hemos hecho nuestro.