Cuba es azúcar, tabaco, ron, música, baile, playas increíbles, autos clásicos… y Béisbol de los mejores del mundo. Con este artículo comenzamos un pequeño recorrido por ese mundo fascinante y, como el fútbol, mucho más complejo de lo que uno imagina.
¿El pelotero Omar linares hubiera brillado en las Grandes Ligas?
El periodista pregunta con una media sonrisa provocadora. Sabe la respuesta. Es un cliché. La rutilante estrella, para muchos el mejor, el más brillante pelotero de todos los que han pasado por las Series Nacionales de Cuba, afirmará con otra sonrisa, absolutamente plena, en la que será fácil descubrir un cierto aire de superioridad.
«¿Hubieras brillado en las Grandes Ligas?»
Pero en el lugar de la sonrisa aparece una especie de nostalgia, una sombra de duda, una tímida reflexión:
Eso no se puede predecir, habría que ver el momento y la adaptación al sistema de juego. Los cubanos han demostrado que se puede tener buenos resultados y que se pueden adaptar, pues la calidad siempre la hemos tenido.
Omar Linares (Swing Completo. Daniel de Malas. Entrevista a Omar Linares. 2.11.2019).
Seguramente los que hemos vivido ese delirio que es un buen juego de béisbol, los que hemos seguido, inning tras inning, juego tras juego, las formidables historias de nuestras Series Nacionales, habríamos contestado la pregunta a coro
«¡Sí, hubiera brillado! ¡Sí, hubiera paseado la distancia! ¡Sí, su nombre estaría pidiendo pista para aterrizar en el Salón de la Fama del Béisbol en Cooperstown!»
Pero es cierto, nadie logrará saberlo. El Niño (el mejor, el más brillante) no jugó en las Grandes Ligas. Por una única y sencilla razón. Porque siempre dijo NO a las ofertas de scouts y emisarios de la Major League Baseball (MLB) que lo abordaban en cuanta competencia internacional estuvo presente con la selección nacional cubana. ¡Y fueron muchas!
Omar «el Niño» Linares
Omar Linares nació el 23 de octubre de 1968, en el municipio San Juan y Martínez, provincia Pinar del Río. Exactamente allí donde se cultiva el mejor (y más conocido) tabaco del mundo y en el que están ubicadas las famosas vegas de Hoyo de Monterrey.
Su padre, Fidel Linares, había sido una importante figura del béisbol pinareño en los años fundacionales de nuestras Series. Incluso participó en el juego inaugural de esa nueva etapa del béisbol cubano en 1962.
Dicen que «de casta le viene al galgo». El viejo Linares era famoso por su modo cortés de tratar a todos, compañeros y contrarios, público y prensa, y también por una casi desesperante humildad. Pero no podía evitar que sus ojos se encendieran cuando hablaba de su hijo Omar.
Los directivos regionales de béisbol habían ido a su casa a pedirle permiso para llamar «al niño” a integrar el equipo Vegueros, su propio equipo, uno de los cuatro grandes históricos de la Serie Nacional. Omar estaba por cumplir los 15 años.
Así comenzó la historia del Niño Linares. Una historia de veinte Series en las cuales estableció un récord prácticamente imbatible al hilar una cadena de quince campañas consecutivas bateando sobre 300, en ocho de las cuales bateó por encima de 400.
Una única y ¿sencilla? razón
Enero de 1959. Una profunda transformación de estructuras ha comenzado en Cuba. Los asuntos de la política y la economía asumen el lógico liderazgo en ellas. Pero también ha comenzado una transformación de las estructuras y la praxis del pensamiento, los valores sociales, la estética y la visión crítica del mundo alrededor.
El deporte no estará al margen. La concepción de que «el deporte es un derecho del pueblo» tendrá, por lo menos, dos caminos igualmente largos y no exentos de complejidades. Por un lado, las competencias deportivas, aun las internacionales, las más espectaculares, las más esperadas, serán gratuitas. Por otro, la práctica del deporte será parte importante de la formación integral del hombre.
El deporte «rentado», convertido en oficio, será visto como una deformación de los principios con que apareció casi en los albores de las grandes civilizaciones occidentales.
No era sólo el pensamiento de un grupo de revolucionarios cubanos. El presidente del Comité Olímpico Internacional en aquellos momentos era Avery Brundage, un atleta olímpico norteamericano que brilló en la segunda década del siglo XX. Durante su mandato, en una especie de proclama, fijó una posición de principios que establecía límites muy claros:
El deporte es recreación, es pasatiempo o diversión, es juego, es actividad para solazarse; el deporte es libre, es espontáneo y jubiloso… es todo lo contrario del trabajo. Los atletas remunerados no son deportistas, son trabajadores o empleados.
Avery Brundage. «El movimiento olímpico».
Nada más parecido a la antinomia freudiana que opone el «trabajo» al «juego».
¿A qué viene toda esta disquisición filosófica? Bueno, el hecho es que el desmontaje de toda la estructura del deporte profesional en Cuba (aun cuando el profesionalismo estaba prácticamente reducido al béisbol y el boxeo) logró un cambio radical en los modos en que se pensaba el deporte aquí… y desde aquí.
En aquellos primeros años de los 60, parecía que la desmesurada pasión de los cubanos por su béisbol, que organizaba La Liga Profesional Cubana, con aquellos cuatro equipos (llenos por demás de americanos, venezolanos, puertorriqueños)… que aquellos «eternos rivales» Habana y Almendares, rojo y azul, que rompían amistades, familias, matrimonios, jamás podría sustituirse con nada, por muy «derecho del pueblo» que fuera.
Que la emoción de aquella primera transmisión televisiva de la Serie Mundial en directo desde Estados Unidos; que los Senadores de Washington, en que jugaba Willy Miranda, el Chicago White Sox de Orestes Miñoso, y una larga lista de equipos con otros ídolos nacionales; que los Cuban Sugar Kings en la Triple A (también con americanos, venezolanos, etc.); que los Bravos de Milwaukee ganándole a los invencibles Yankees de Nueva York… parecía que todo eso no podría sustituirse reuniendo para jugar béisbol a unos muchachos, amateurs por supuesto, desconocidos y venidos de tantas tierras también desconocidas para la mayoría de los fanáticos (como aquella que vio nacer a Fidel Linares Rodríguez, el padre del Niño).
Pero casi sin darnos cuenta, un día ya no era importante si Mickey Mantle rompía el record de Babe Ruth; si los Dodgers ya no eran de Brooklyn, sino de Los Angeles, y los Bravos, de Atlanta y no de Milwaukee.
Otros nombres comenzaron a sembrarse en aquella pasión desmesurada. Urbano González y Andrés Telemaco andaban por los alrededores de la segunda base, como Manuel Alarcón y Alfredo Street en el box, Antonio «Ñico» Hernández, el enorme Miguel Cuevas y Wilfredo Sánchez (primero de una larga lista de Sánchez) comiéndose el terreno en los «files» durante varias décadas.
De modo que, cuando en los fabulosos años 80 y 90, surgían decenas de nuevos y verdaderos ídolos de todas las multitudes en todos los estadios del país, ya no había misterio. Agustín Marquetti, Orestes Kindelán (el Tambor Mayor), Antonio Pacheco (el Capitán de Capitanes), Luis Giraldo Casanova (el Señor Pelotero), Víctor Mesa (la Explosión Naranja), Pedro Luis Lazo (el Rascacielos Pinareño), Ariel Pestano… y, por supuesto, brillando por sobre todos, Omar Linares (el Niño).
Ninguna final de la Serie Mundial (ni aun aquellas en que brillaría Orlando Hernández «el Duque», con los Yankees y con los White Sox), hubiera sido capaz de opacar la pasión de un juego entre Industriales y Santiago, aún menos si fuera un juego de playoff, y ni qué decir de una final.
Los protagonistas de esta historia de amor nacional se cuentan por centenares. La élite de las élites de esa constelación la conforman varias decenas de peloteros. Sus nombres y sus familias están diseminados por toda la geografía cubana. Como si Michael Jordan hubiera nacido en Yateras, Cristiano Ronaldo en el medio del Vedado, Floyd Mayweather en Sierra de Cubitas y Usain Bolt en Placetas.
Los Scouts y la MLB
Las competencias se multiplicaron por decenas. Aquellos muchachos de todas partes de Cuba vieron todos los mundos. Campeonatos mundiales, panamericanos, centroamericanos, juegos regionales, olimpiadas, juegos de exhibición.
Como antes en la Serie del Caribe (profesional), Cuba iba arrasando en todas ellas. Muchos de los nombres de aquellos jóvenes amateurs comenzaron a llenar espacios en los titulares. Algunos comenzaron a ser leyenda. La prensa los seguía (muchas veces los acosaba, sobre todo vinculando deporte y política). También los seguían los scouts, los cazatalentos, que saben bien su oficio. Las propuestas, ya se sabe, tendrían como mínimo siete cifras.
¿Quién que se sienta bueno en lo que hace no quisiera medirse en el mejor torneo? ¿Quién que exija a sí mismo lo que cualquiera de esos muchachos tenía que exigirse, no quisiera sentirse en el escenario más exigente?
Pero estaban aquellos principios del olimpismo, del júbilo y la libertad del deporte, vinculados a la conformación de un hombre nuevo.
Y luego –o antes– en cada corazón deportista, como en cada corazón de fanático del Latino (Parque Latinoamericano de la Habana, la mayor instalación beisbolera de Cuba, sede del equipo Industriales) o de los estadios de cualquier provincia, habitaba desde entonces el amargo sabor de que, para jugar en la MLB o acercarse a sus predios, habría que renunciar a sus vínculos deportivos con Cuba.
La lista de los que han dicho que NO a esas ofertas es más bien larga. Pero ninguna historia en esta historia ha sido más llevada y traída que la del Niño Linares. Sus varios NO tienen múltiples versiones. La más divertida es la que narra a un scout que, después de hacer, una tras otra, un buen número de ofertas con cantidades ascendentes cada vez, sin lograr convencer al Niño, decidió presentarle el ya famoso «cheque en blanco», buscando su firma.
¡Claro que es una historia que se ha contado muchas veces, sobre muchos deportistas, en muchos deportes, en muchos países! Y claro que posiblemente no sea verdad. Pero lo que alimenta la leyenda no es la veracidad del hecho, sino que la gente siente que podría haber sido verdad. La historia de los grandes en cualquier esfera de la vida está llena de estas verdades «posibles».
La carrera de Linares había concluido cuando la MLB decidió organizar en 2006 su primer Clásico Mundial de Béisbol, un evento en que jugarían, representando a su país, los mejores peloteros del mundo, incluidos, por supuesto, los que juegan en esa instancia superior del béisbol.
No obstante, tuvo una prueba de oro cuando el equipo nacional cubano se enfrentó en dos juegos de exhibición con los Orioles de Baltimore. En el juego de ida, en el Latino, impulsó la carrera del empate para Cuba, y en la victoria cubana en el Oriole Park de Camden Yards, le bateó nada menos que cuatro hits a otros tantos lanzadores big-leaguers.
El uniforme de béisbol con el número 10
El mismo año en que Omar Linares se retira oficialmente, hace su entrada en la Serie Nacional otro hijo de gato que también caza ratón: Yulieski Gourriel, hijo del enorme pelotero que fue Lourdes Gourriel.
El Yuli tiene entonces 18 años. Es un ferviente fan del Niño. Juega, como él, la tercera base, y usa el número 10 en su uniforme, el mismo que ha usado el pinareño en veinte Series Nacionales y en todos los eventos internacionales con el equipo Cuba.
Apenas un año después, el joven de Sancti Spiritus, vestirá esa camiseta en los Juegos Panamericanos de Santo Domingo. En el Primer Clásico Mundial, tres años después, jugará la segunda base, los comentaristas de ESPN le llamarían «el fenómeno», y será seleccionado, entre tantos peloteros de las grandes ligas, para integrar el equipo Todos Estrellas del torneo.
El más seguido y polémico pelotero de estos nuevos tiempos sorprenderá a todos vistiendo, después de numerosos acuerdos y desacuerdos, el siempre mediático uniforme de los Industriales, el equipo de la capital. En la última Serie que juega en Cuba, termina como líder de los bateadores con el imposible average de 500.
Ahora juega con los Astros de Houston de la MLB, tuvo un papel relevante en el triunfo de su equipo sobre los Dodgers de Los Angeles en las finales de la Serie Mundial de 2017, y tiene un contrato por cinco años que anda por los 50 millones de dólares.
Las comparaciones, en todos los sentidos, son inevitables. Yuli nunca se ha dejado arrastrar en ellas. Sigue pensando y proclamando que Omar Linares es un nombre mayor en el béisbol cubano. El Niño tampoco. En la entrevista con la que comenzamos, dijo con honesta admiración:
En lo particular no me gustan las comparaciones. La época que le tocó jugar a Yulieski es muy bonita y la está aprovechando muy bien. Él es uno de los mejores bateadores que ha dado Cuba.
Omar Linares.
Recuadro
En noviembre de 2014, Omar Linares fue exaltado al Salón de la Fama del Béisbol Cubano. Entre los miles de peloteros que jugaron en las 52 Series Nacionales transcurridas hasta entonces, el Niño figuraba en los lugares siguientes:
- 1º en Carreras anotadas (1547).
- 1º en Slugging (644).
- 2º en Bases por bola recibidas (1327).
- 2º en Promedio de bateo (368).
- 2º en Total de bases recorridas (3842).
- 3º en Hits conectados (2195).
- 3º en Jonrones (404).
- 5º en Carreras impulsadas (1221).
- 9º en Bases robadas (246).
- 9º en Dobles (two bases hit) (327).
Hasta hoy, sigue siendo el pelotero más joven en jugar en Series Nacionales (con 15 años); en jugar como regular en el equipo Cuba (con 18 años); en llegar a 1000 y 2000 hits; a 100, 200, 300 y 400 jonrones; y a 1000 carreras impulsadas y 1000 anotadas.
Hablan otros mitos del béisbol cubano
Desde que participé en el Mundial Juvenil de 1982, en Barquisimeto, Venezuela, tuve interés en conocer sobre el béisbol que se jugaba fuera de la Isla, de manera particular en las Mayores (…) En la MLB juegan los mejores exponentes de este deporte en el mundo. Me hubiese gustado jugar a ese nivel, pues considero que reunía la calidad necesaria para hacerlo bien.
Orestes Kindelán.
Tuvimos la suerte de jugar con Mark McGwire, Barry Bonds, Robin Ventura… No digo que podíamos ser estrellas, pero si ellos fueron estrellas y, cuando jugábamos frente a ellos, los pudimos vencer… y si, en esos momentos yo pude ser champion bate estando ellos, yo creo que sí se podía lograr. (…) No por formar polémica, pero a veces se dice que si éste que jugó Grandes Ligas es mejor que éste o este otro que está en Cuba… eso habría que verlo. Lo único que tiene más la persona que jugó Grandes Ligas que nosotros es dinero. Pero en allá (en Cuba) hay mucha calidad. Yo he visto aquí (en EEUU) peloteros que en Cuba eran jugadores de tercera, de segunda, jugando regulares en Grandes Ligas…
Víctor Mesa.
Esa es la aspiración de cualquier pelotero, participar en la competencia más fuerte que existe en el béisbol mundial (…) Como a casi todos los atletas cubanos, también me hicieron ofertas para que abandonara mi país, pero de esa manera no quería (…) En Cuba hay muchos peloteros retirados que, si hubieran querido, serían estrellas de las Grandes Ligas y fueran millonarios…
Ariel Pestano.