A la oriental ciudad de Santiago de Cuba siempre llegó el sol antes que a La Habana y sus famosos barrios. También la trova y la Casa de la Trova, el son y el mejor ron del mundo. Los santiagueros sienten un enorme orgullo por sus cosas y sus memorias.
La historia que les cuento forma parte de ese orgullo. Es sólo una aproximación íntima, personal, desde lo más profundo de mis recuerdos de habanero, a ese símbolo permanente de la música de Santiago y de Cuba que es la Vieja Trova Santiaguera.
Me tomo la libertad de escribir sobre estas ilustres personas porque, valga la redundancia, antes tuve la libertad de conocerlos profundamente. Recorrí con ellos medio mundo. Fui su representante. Pero, sobre todo, siempre he tenido la certeza de que fuimos grandes amigos. Por eso me siento con deseos de dar a conocer algunos detalles de la vida de este grupo, casi a los treinta años de que naciera como una idea, un germen, una semilla.
Los interesados –que son muchos en el mundo– tienen derecho de saber desde una fuente real y fidedigna. Son muchas las historias de su fundación, las de sus músicos, las de sus creadores, y muchas sus vivencias en el período activo de su existencia como agrupación musical.
De la primera idea a la selección de los músicos
A finales de 1991, trabajando aún en la TV cubana, comencé a dar mis primeros pasos en la representación artística y organización de conciertos en La Habana. Eran años particularmente difíciles en la economía cubana, y sus instituciones habían comenzado a cambiar algunos criterios en sus relaciones comerciales, ya que de repente algunas realidades (como la necesidad de autofinanciarse) habían aparecido en el horizonte. Así se comenzó a introducir en el discurso económico el concepto «marketing» (siempre dicho en inglés) que sonaba tan raro. Pero lo más importante, había que empezar a aplicarlo en la concreta.
Entonces, la TV cubana estaba abierta a realizar negocios con todo lo relacionado con el arte con el que trabajaban a diario, y con los medios que poseía y no explotaba. Tal era el caso de los estudios de radio y las grabaciones musicales.
Con toda lógica, la música fue un objetivo principal. Pero, aunque había musicólogos y especialistas en las redacciones de música, no había profesionales preparados para realizar ese nuevo tipo comercialización.
Hacia finales del 92, apareció en Cuba el promotor vasco Jon Intxaustegi, que trabajaba en la TV de Bilbao, y estaba realizando una serie televisiva sobre los ritmos caribeños. Él estaba tratando de encontrar la institución con la que mejor podría canalizar sus ideas para el capítulo sobre música cubana.
Se presenta en el ICRT (Instituto Cubano de Radio y TV), y allí lo recibe uno de sus Vicepresidentes, acompañado de un grupo de especialistas.
Intxaustegi les comenta que había estado en Santiago de Cuba, había escuchado los músicos más auténticos que recordaba en su vida de promotor, y que él pensaba que le serían perfectos para ese capítulo de la serie.
El ICRT estaba ávido de hacer negocios, y los especialistas vieron una oportunidad muy clara en el proyecto. Como resultado de la conversación, el ICRT quedó comprometido con llevar a cabo la filmación, corriendo con todos los permisos y trámites que un caso así conllevaba (que, por cierto, no eran pocos).
Pero aún más, el ICRT grabaría un disco a ese grupo de modo que el lanzamiento del disco coincidiera con la salida al aire de la serie.
En su viaje a Santiago, Intxaustegi contactó con la Directora de a Casa de la Trova, Luisa Blanco y con el notable músico y compositor Enrique Bonne, quien era, en aquel momento, Delegado de Cultura de la provincia. Como ya decíamos, si algo es abundante en Santiago, es la trova, el son, las serenatas, la bohemia incansable e indestructible. No fue difícil encontrar los músicos más viejos y auténticos, que actuaban en diferentes agrupaciones tradicionales de gran relevancia en la provincia.
La selección:
- Pancho Cobas La O (Guitarra y segunda voz. 80 años).
- Aristóteles Limonta Alvarez (Contrabajo. 80 años). Ambos del Cuarteto Patria.
- Amado Machado Hechevarría (Maracas. 81 años).
- Reynaldo Creagh Veranes (Cantante y claves. 74 años). Ambos de la Estudiantina Invasora.
- Aristónico Nápoles (Cuatro. 73 años).
El proyecto musical
El paso siguiente era conseguir a la persona del ICRT que se encargara de nuclear y llevar la producción de aquello que se estaba cocinando. No hubo voluntarios.
Entonces alguien recuerda que había un tal Jorge Luis que trabajaba en el departamento de Doblaje y Subtitulaje, y en los fines de semana se dedicaba freelance a la representación y producción artística. Me llaman a una reunión para ponerme al corriente del proyecto. ¡Y, como es obvio, acepté!
Pedí que me enviaran a Santiago de Cuba a conocer a estos músicos personalmente, explicarles en qué consistía el proyecto, y oír de cada uno de ellos sus criterios y su disposición para viajar de inmediato a La Habana, y comenzar a trabajar tan pronto como fuera posible.
A los efectos de emprender la grabación del disco que acompañaría el lanzamiento de la serie, se tiene el claro concepto de que era necesario un productor musical que fuera santiaguero. Es así que llaman a Demetrio Muñiz, un músico todoterreno que había logrado un gran respeto como productor de proyectos arriesgados. Al final, Demetrio resultó ser de La Habana. Pero fue designado de todos modos. Unos días después, nos presentaron.
«¡Adelante!», nos dijeron… o tal vez nos dijimos.
Mientras yo continuaba el trabajo de mesa y Demetrio elaboraba sus estrategias de grabación, pude visitar a Enrique Bonne, que había llegado a La Habana por unos días. Le comenté sobre la grabación del disco y una posible gira de promoción. Yo suponía que la persona idónea para llevar a esos músicos avanzados de edad era él por ser uno de los músicos santiagueros más respetados, y tener una vasta experiencia en todo tipo de eventos. Bonne me respondió inmediatamente que no. Le gustaría mucho, pero él no se encontraba bien de salud. Estábamos en pleno período especial en Cuba.
Pocos días después, viajé a Santiago de Cuba a conocer el grupo. Fue una experiencia única e irrepetible. Nos citamos en las oficinas de la TV de Santiago de Cuba, y ellos fueron llegando uno a uno con la parsimonia que les caracterizaba por su edad y el estado físico en que se encontraban. Les obsequié con una caja de puros habanos y una botella de ron Havana Club.
Conversamos en un ambiente distendido, pero yo estaba realmente muy emocionado. Para mí, aquello resultaba una verdadera aventura. Basta pensar que yo tenía entonces sólo 31 años, y estaba organizando a un quinteto que juntos sumaban casi 400.
Sin yo pedirlo, ellos me propusieron que les hiciera una audición. Habían preparado un repertorio de boleros y sones de toda la vida. Comenzaron a volar aquellos sonidos, y comprendí que algo especial me estaba sucediendo. Desde los primeros acordes, ya me tenían rendido a sus pies. Fue el concierto más maravilloso que escuché de esos cinco Quijotes.
Regresé a La Habana y comenté con Demetrio lo que había escuchado. Allí mismo quedó desmontada la idea inicial de grabarles y luego doblarlos con músicos más jóvenes para asegurar calidad y rapidez en la ejecución, y mayor transparencia en la grabación.
De Santiago de Cuba a La Habana
En momentos de crisis, cualquier cosa puede ser una agonía. Los «muchachos» llegarían a La Habana, y había que encontrar dónde alojarlos decorosamente. Apareció la, así llamada, Casa de Visita del ICRT. Allí dormirían, comerían y ensayarían. No cuento las peripecias que fuimos sorteando, sobre todo porque debían alimentarse con la lógica de esas edades. Escaramuzas más, acciones combinadas, estrategias de conocida eficacia, pero todo se desarrolló de la mejor manera imaginable.
Llegaron a La Habana. Entonces comencé a entender por qué algunos productores mucho más experimentados que yo, se desmarcaron de esta producción cuando habían sido convocados.
Aquellos caballeros andantes de Santiago de Cuba aterrizaron en el aeropuerto de La Habana, y nada más pasar la primera puerta de cristal, Aristóteles Limonta, que venía enfermo y con la tensión desequilibrada, tropezó con aquel cristal, perdió la estabilidad, y me puso al borde del infarto.
No pude celebrar con ellos su llegada a La Habana en la Casa de Visita. En su lugar, una silla de acompañante en la sala de Urgencias del Hospital Calixto García, me brindó acomodo. Me quedé con Aristóteles toda la noche.
Nada más abrir los ojos en la mañana, ya su semblante había cambiado, y comencé a conocer su vis cómica. Era un tipo muy simpático, siempre de buen humor, dicharachero y cuentista, con miles de anécdotas que contar. Sus primeras palabras fueron: «¡Me hace falta tomar leche, compay!».
La leche por entonces era un producto en extinción. No pude hacer otra cosa que ir a mi casa y traerle un poco de la leche de mi hija que tenía entonces tres años.
Aristóteles se restableció en cinco días, y se pudo reunir con sus compañeros, que le esperaban ansiosos por comenzar los ensayos. A partir de ese momento, cada día nos reunimos en la sesión de la mañana hasta la hora de comer para ir seleccionando el repertorio que iban a proponer para el disco. Fue el momento de presentar a Demetrio Muñiz.
Cuando Demetrio les escuchó, confirmó lo que habíamos acordado. Ellos eran más que capaces de brillar con luz propia.
El lanzamiento internacional del proyecto
Por sugerencia de Jon Intxaustegi, contacté vía fax desde la oficina del Presidente del ICRT (era el único equipo de fax que había en todo el organismo) con Manuel Domínguez, productor discográfico granadino afincado en Madrid.
Domínguez acababa de abrir una nueva disquera independiente llamada Nubenegra. Era arquitecto de formación y tenía un formidable olfato artístico. Le comenté el proyecto (del cual tenía ya conocimiento gracias a Intxaustegi) e inmediatamente se mostró interesado. Resultó, además, un estudioso de la música cubana –sobre todo de la tradicional– y era bastante conocedor de sus exponentes de Santiago de Cuba.
También a través del fax, le envié los títulos de los cuatro temas que los viejitos (como cariñosamente les llamábamos) proponían para su primera maqueta. No serían nuevos arreglos… ni viejos arreglos. Sería simplemente como ellos los cantaban en cualquier noche de trovada santiaguera. Porque allí, en la Casa de la Trova, antes y después de las actuaciones «formales», se hacían descargas improvisadas donde nadie era de ningún grupo, y todos eran de todos. Así veían la maqueta de su disco.
Los temas formaban parte de un repertorio muy conocido, y de autores de renombre: Esperanza, de Pepe Sánchez; Bésame mucho, de Consuelo Velázquez; La última noche, con letra de Orlando Leopoldo Rodríguez Fierro y música de Bobby Collazo; y Son de la loma, de Miguel Matamoros.
La formación definitiva
En el mes de julio de 1993, un buen día, llego a la Casa de Visita y, en la terraza exterior, me esperaba Aristónico Nápoles. Se acerca como para decirme un secreto: «Oye, Jorge Luis, tengo que comentarte algo.» Obviamente, me preocupé porque me lo decía muy seriamente. Entonces me cuenta que la noche anterior había tenido un sueño en el cual estaba en una pelea con otro hombre, y que éste le había dado una tremenda paliza, y de tanto moverse en la litera donde dormía en la cama de arriba, se cayó al suelo y se abrió una pequeña brecha en la ceja. Con la misma seriedad me dice: “Y fíjate Jorge, estoy esperando a la noche para acostarme y soñar de nuevo, a ver si me encuentro a ese individuo, y hoy la paliza se la voy a dar yo”. Aquello, que me dio tanta risa, parece haber sido un modo simpático de allanar el camino, y llegar al punto neurálgico.
No quería seguir en el proyecto porque echaba de menos su casa. A él, viajar a tanta distancia no le gustaba. ¡Y La Habana sólo quedaba a 960 km. de Santiago de Cuba! El hecho de salir del país, si las cosas iban bien, no era para él ni una ilusión ni una buena idea. Me pidió, con lógico desgarramiento, que hiciera las gestiones necesarias, lo sustituyera por otro músico, y lo devolviera a Santiago.
Por aquellos días nos habían dado la posibilidad de actuar en un programa musical de la TV. Le prometí que, en cuanto hiciéramos el programa para no dejar plantada a la TV, yo lo enviaría a Santiago de Cuba, y buscaría un sustituto.
Nos reunimos con los otros cuatro músicos. Pancho Cobas La O había sido designado director del grupo (que aún no tenía nombre). En la reunión comenta que él es primo hermano de Reinaldo Hierrezuelo La O, conocido como Rey Caney, por aquel entonces con 67 años, y ya jubilado como los demás.
Rey era de los músicos y compositores más famosos de Cuba por su triunfal carrera junto a su hermano Lorenzo – el mítico dúo Los Compadres – en el que había sustituido nada menos que a Compay Segundo. Nos dice que no había mejor opción pues Rey era, además de un artista famoso, un conocedor y experimentado intérprete de la música tradicional y de la obra de los viejos trovadores. Aún más, era un excelente guitarrista, bajista, y tocaba un instrumento similar al de Compay Segundo, al que llamaba «armónico o armonioso».
Inmediatamente nos fuimos a la casa de Reinaldo Hierrezuelo, que vivía en La Habana. Aunque ya le habían contactado para otros proyectos importantes, el hecho de estar Pancho en el grupo, le hacía mucha ilusión en el ocaso de su larga y extraordinaria carrera artística.
El primer concierto en un programa de TV
Al siguiente día, lo llevé a la Casa de Visita para que estudiara el repertorio, y lo arreglara a su manera. Pero se acercaba la fecha del programa de TV. Entendimos que para que se hiciera con calidad, debía ir Aristónico. Así Reinaldo estaría en mejores condiciones para terminar de montar todo el repertorio.
Finalmente, al programa, en lugar del quinteto, fueron todos incluido Hierrezuelo tocando maracas y güiro.
En los días en que se ensayaba para el programa, yo tenía dos retos que parecían superarme: estaba gestionando el billete de regreso de Aristónico para Santiago de Cuba, y tratando de lograr que le hicieran un traje a cada uno, en plan uniforme, en la sastrería del ICRT.
Un buen amigo del Fondo de Bienes Culturales de La Habana me facilitó un rollo de tela muselina azul celeste. Era la única que había, y, por tanto, la mejor que me podía dar. Para complementar este traje, había que conseguir/inventar seis cinturones negros, seis pares de calcetines negros, seis pares de zapatos negros, seis camisas blancas de mangas largas y seis corbatas rojas. Ya que no había otro color para el traje, terminamos de conformar el vestuario con los colores de la bandera cubana… sin ninguna intención ideológica. ¡Lo logramos!
Llegó el día del programa. Todo fluyó. Viéndoles tocar y cantar en riguroso directo, terminamos de ratificar la calidad de estos «señores», su autenticidad y las enormes posibilidades que se abrirían cuando salieran la serie y el disco, como estaba planificado.
¡La serie nunca salió! Pero aquel programa televisivo fue, digamos, la prueba del proyecto.
Aristónico volvió a Santiago. Reinaldo Hierrezuelo tomó las riendas y, a sugerencia de Pancho, fue nombrado Director del grupo. En las reuniones diarias debatíamos a veces cómo se llamaría al Quinteto, pero no alcanzábamos consenso.
Sin serie española y sin nombre, continuamos la tarea.
La primera grabación y el primer contrato discográfico
En el propio verano de 1993, comenzamos la grabación de la maqueta en el Estudio 2 de Radio Rebelde, que, si bien era uno de los mejores estudios del ICRT, no podía pedírsele resultados cercanos a los parámetros internacionales. Fueron jornadas de ocho horas en las que no paramos de aprender de la experiencia de vida de esos hombres, ni de reír continuamente con sus ocurrencias y anécdotas, preferiblemente ron mediante.
Yo los recogía todos los días en la Casa de Visita, los llevaba al estudio, y después de pasar un buen rato con ellos y con Demetrio, colaborando en la corrección ortográfica, dicción, comprobando y cotejando las letras de las canciones, dedicaba el resto del tiempo a gestionar comidas, transporte y ese montón de necesidades que surgen a diario en un trabajo como éste aun en las condiciones más normales. Y éstas no lo eran tanto.
Simultáneamente comenzamos con algunas sesiones de fotografía. ¡Lo que se dice todo un show!
Aprovechando la cercanía, caíamos de vez en cuando en algún programa de radio en la emisora Radio Taíno, que, por cierto, era la única que entonces tenía un programa dedicado a la Trova de Santiago de Cuba. En el resto de los medios, las bandas cubanas más trasmitidas (prácticamente las únicas trasmitidas con regularidad) eran aquellas que tenían formatos de la música bailable más contemporánea, muy cercanas a lo que se identificaba como salsa. La indolencia con la música tradicional era más que manifiesta.
Terminamos la primera maqueta para Manuel Domínguez, y se la enviamos a Madrid.
Manuel no tuvo dudas. Así nos lo manifestó. Él sabía que estaba en posesión de un diamante sin pulir, y decidió ir adelante con la grabación. Nos envió otros títulos para completar el repertorio.
Como era reglamentario en ese momento, lo puse en contacto con la Oficina de Comercialización del ICRT para que tramitara el contrato discográfico. El compromiso era mucho más prometedor de todo cuanto yo había pensado. Incluía la realización de tres álbumes.
Si para mí era inimaginable, para ellos, para aquel grupo de hombres venerables, era algo así como una quimera. Un sueño imposible de soñar a sus edades. ¿Un regalo? ¿Un premio remuneratorio al esfuerzo de toda la vida? ¿De todas sus vidas juntas?
Los tenía de frente a mí. Les expliqué como si yo mismo me estuviera tratando de convencer de que era cierto. Se miraron entre ellos. Y su mirada era más que elocuente: «Con la edad que tenemos, ¡quién sabe si llegaremos!». Luego de un silencio cómplice, dijo uno de ellos: «¡P’alante!. ¡Nos veremos incluso en el año 2000!».
Lo dijo como si hubiera que esperar un siglo.
Leer la 2ª parte Vieja Trova Santiaguera. La boy-band más vieja del mundo.